Junto a Ricardo y Malthus componen el trío denominado pilar de la "economía clásica". Es una especie de polo opuesto a Marx, no solo en materia económica, sino tambien hasta en el modo de conducir sus vidas.
Transitó casi sin pisar el suelo, no tiene hechos explosivos, y murió apaciblemente para que lo recuerde una simple lápida en el cementerio británico de Canongate. En ella se lee "Adam Smith, autor de "La riqueza de las Naciones"... Sin embargo, tan pocas palabras resultan uno de los monumentos más gigantescos y duraderos. Falleció en 1790 y su muerte pasó casi inadvertida, opacada por la Revolución Francesa. Distraído y simple, así era él.
Se suele decir que un clásico es un libro que todo el mundo cita, pero que nadie lee. Adam Smith escribió solamente dos obras completas en su vida, con una sola de ellas se ganó la posteridad.
Si uno abre el libro por cualquier página y encuentra un párrafo que dice "No esperemos obtener nuestra comida de la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero, sino del cuidado que ellos tienen de su propio interés. No recurrimos a la humanidad, sino a su egoísmo, y jamás les hablamos de nuestras necesidades, sino de las ventajas que ellos sacarán...". Tras leerlo uno no puede menos que quedarse pensando en tal tipo de exposición donde el autor nos dice que del egoísmo individual, puede surgir un bienestar general. Esto invitará a abrir otra página cualquiera, donde nos sonará a párrafo de un "terrible" como Veblen -pero 150 años antes- que fustiga con "El máximo disfrute de las riquezas consiste, para la mayoría de los ricos, en exhibirlas. Y esta exhibición no es nunca tan completa a sus ojos como cuando resultan poseer ciertos objetos inconfundibles de opulencia que nadie, sino ellos, poseen..." Si algo falta para invitar a leerlo, puede encontrar una aseveración que para la época resultaba un misil: "La riqueza no consiste en dinero ni en oro, sino en lo que se adquiere con el dinero, el cual solamente sirve para comprar".
Su Gran Enemigo
El gran enemigo del sistema propuesto por Adam Smith no resultaba tanto el gobierno ("cuanto menos intervenga el gobierno tanto mejor: los gobiernos son derrochadores, irresponsables e improductivos") sino el monopolio, en cualquier forma que adoptase. Así el lector, ya entusiasmado con este clásico que debe leerse, tropezará con una opinión tan vital como: "Raras veces se reúnen personas que pertenecen a la misma rama industrial, sin que sus conversaciones desemboquen en una confabulación contra el público, o en alguna medida para elevar los precios". Sencillo decirlo ahora, pero en el escenario de 1776 esto resultaba uno de los sellos que distinguieron la obra de Smith.
¿Quien era Adan Smith?
Un filósofo, sencillo y muy cortés que solía definirse a sí mismo, orgulloso de su biblioteca, diciendo "en lo único que soy un hombre distinguido, es en mis libros". Alejado de la que pueda denominarse belleza física, el retrato lo demuestra, toda su vida vivió atormentado por una dolencia nerviosa. Tanto le hacía esto temblar la cabeza, que hablaba de modo raro, y caminaba a tropezones, aparte de ser sumamente distraído. Hacia 1780, ya con Smith pisando los sesenta años, murió a los 67, los habitantes de Edimburgo tenían función al verlo aparecer ataviado con levita color claro, calzones hasta la rodilla, medias de seda blanca, zapatos bajos con hebilla, sombrero de fieltro de anchas alas y un bastón de compañero. Mirada lejana, labios murmurando y cada dos a tres pasos vacilando, como cambiando de dirección o volviendo atrás. En cierta ocasión bajó al jardín sin más ropa que una bata, cayó en un sopor habitual en él y recorrió 15 millas, hasta darse cuenta...
Las Raices
Nacido en 1723, en Escocia, el pequeño pueblo de Kirkcaldy tenía solo 1500 habitantes y todavía tenía vecinos que usaban clavos como moneda. Alumno de gran capacidad, pero ya cayendo en estados de sopor mental, tenía vocación de docente. Viajó a Oxford a los 16 años con una beca, y se quedó 6 años. Pero Oxford no era lo que después fue, pasó su estancia casi sin maestros y sin lecciones, entregado a las lecturas que él seleccionaba. Prohibido David Hume, cuyas obras eran perseguidas para los aspirantes a filosofía, casi lo expulsan por encontrarlo leyendo uno de esos textos. En 1751, Adam Smith, con 28 años ya, es tentado para una cátedra de Lógica en la Universidad de Glasgow, después, de Filosofía Moral. Este era un centro de estudios serio, pleno de hombres de talento. A pesar de sus rarezas, que también lo colocaban al borde de expulsiones, Smith fue feliz en Glasgow y era centro de ponderaciones. Para 1759 publicó el libro "The Theory of Moral Sentiments" que lo lanzó como un proyectil al primer lugar entre los filósofos de Inglaterra. Un estudio del origen y aprobación de la censura moral. Esta obra que fue un suceso en Alemania, cambió el curso de su vida. Porque gustó mucho a un personaje, considerado también sumamente talentoso, Charles Townshend, quien mataba su veleidad (era tanta, que solía decirse que a Townshend le dolía un costado: pero que se negaba a decir cuál era...). Habiendo hecho brillante elección al casarse con una condesa, viuda, decidió ofrecer a Adam Smith ser el preceptor de un hijo de su esposa: con 300 libras anuales de sueldo, gastos pagos y pensión vitalicia.
La educación de la clase alta consistía en largas giras por Europa para adquirir refinamientos, y Adam Smith partió con el muchacho hacia Francia, en 1764. Allí es donde Smith conoce y reverencia a Voltaire, pero además se aburría muchísimo con los viajes permanentes. Y para matar el ocio, decide comenzar a escribir un libro que sería un tratado sobre economía política: era nada menos que la semilla de "La Riqueza de las Naciones", que recién doce años más tarde vería la luz. Tomó contacto con los mejores filósofos de Francia y con la obra de Quesnay, médico de la corte de Luis XV y personal de Madame Pompadur, que había lanzado una escuela económica denominada de los "fisiócratas", donde las clases industriales ascendían a la superioridad sobre las productoras campesinas. Esto, Adam Smith no lo vio simpático, aceptando la idea de la circulación de la riqueza, no compartió lo de las clases sociales. De todos modos, impresionado, se dice que de no haber muerto Quesnay antes del libro, Smith le hubiera dedicado su obra.
Partida Natural
Los últimos años fueron simples, junto a su madre, con vida de solterón, distraído, sereno, satisfecho, y dos años después de publicar "La Riqueza..." fue nombrado Comisario de Aduanas, el mismo puesto que había desempeñado su padre y al que Smith accede en el ocaso de su vida. Mientras dejaba deslizar que una colonia, en el norte de América, "es muy probable que llegue a ser una de las mayores y formidables naciones del mundo"...
El mercado y el consumidor como ejes.
“La Riqueza de las Naciones” no es un libro sencillo, su índice nomás tiene 73 páginas en letra chica, como introducción a las 900 que lo componen, pero más que teoría, se plantea la realidad de Inglaterra de 1770.
Se puede hacer denso, para lo febril de la vida actual, ya que el autor da rodeos para encarar los temas, hay páginas que se vuelven largas, pero plenas de apostillas y observaciones. No es un libro "de texto", no escribió para alumnos, sino para retratar su época. Con doctrina esencial para quienes deben regir un imperio.
La esencia que más se popularizó fue la imagen de la "mano invisible", aquella que Smith bautizo y que "conduce a los intereses privados y a las pasiones de los hombres, hacia lo que es más conveniente a los intereses de toda la sociedad". La formulación de las leyes del mercado, las que se encargan de modo eficiente (nunca dijo que fuera justo) de enlazar todas las heterogéneas actividades sociales y el propio interés, en bien del grupo. Y cuando habla del "autorregulador", halla la palabra clave: "el mercado es su propio guardián".
Transitó casi sin pisar el suelo, no tiene hechos explosivos, y murió apaciblemente para que lo recuerde una simple lápida en el cementerio británico de Canongate. En ella se lee "Adam Smith, autor de "La riqueza de las Naciones"... Sin embargo, tan pocas palabras resultan uno de los monumentos más gigantescos y duraderos. Falleció en 1790 y su muerte pasó casi inadvertida, opacada por la Revolución Francesa. Distraído y simple, así era él.
Se suele decir que un clásico es un libro que todo el mundo cita, pero que nadie lee. Adam Smith escribió solamente dos obras completas en su vida, con una sola de ellas se ganó la posteridad.
Si uno abre el libro por cualquier página y encuentra un párrafo que dice "No esperemos obtener nuestra comida de la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero, sino del cuidado que ellos tienen de su propio interés. No recurrimos a la humanidad, sino a su egoísmo, y jamás les hablamos de nuestras necesidades, sino de las ventajas que ellos sacarán...". Tras leerlo uno no puede menos que quedarse pensando en tal tipo de exposición donde el autor nos dice que del egoísmo individual, puede surgir un bienestar general. Esto invitará a abrir otra página cualquiera, donde nos sonará a párrafo de un "terrible" como Veblen -pero 150 años antes- que fustiga con "El máximo disfrute de las riquezas consiste, para la mayoría de los ricos, en exhibirlas. Y esta exhibición no es nunca tan completa a sus ojos como cuando resultan poseer ciertos objetos inconfundibles de opulencia que nadie, sino ellos, poseen..." Si algo falta para invitar a leerlo, puede encontrar una aseveración que para la época resultaba un misil: "La riqueza no consiste en dinero ni en oro, sino en lo que se adquiere con el dinero, el cual solamente sirve para comprar".
Su Gran Enemigo
El gran enemigo del sistema propuesto por Adam Smith no resultaba tanto el gobierno ("cuanto menos intervenga el gobierno tanto mejor: los gobiernos son derrochadores, irresponsables e improductivos") sino el monopolio, en cualquier forma que adoptase. Así el lector, ya entusiasmado con este clásico que debe leerse, tropezará con una opinión tan vital como: "Raras veces se reúnen personas que pertenecen a la misma rama industrial, sin que sus conversaciones desemboquen en una confabulación contra el público, o en alguna medida para elevar los precios". Sencillo decirlo ahora, pero en el escenario de 1776 esto resultaba uno de los sellos que distinguieron la obra de Smith.
¿Quien era Adan Smith?
Un filósofo, sencillo y muy cortés que solía definirse a sí mismo, orgulloso de su biblioteca, diciendo "en lo único que soy un hombre distinguido, es en mis libros". Alejado de la que pueda denominarse belleza física, el retrato lo demuestra, toda su vida vivió atormentado por una dolencia nerviosa. Tanto le hacía esto temblar la cabeza, que hablaba de modo raro, y caminaba a tropezones, aparte de ser sumamente distraído. Hacia 1780, ya con Smith pisando los sesenta años, murió a los 67, los habitantes de Edimburgo tenían función al verlo aparecer ataviado con levita color claro, calzones hasta la rodilla, medias de seda blanca, zapatos bajos con hebilla, sombrero de fieltro de anchas alas y un bastón de compañero. Mirada lejana, labios murmurando y cada dos a tres pasos vacilando, como cambiando de dirección o volviendo atrás. En cierta ocasión bajó al jardín sin más ropa que una bata, cayó en un sopor habitual en él y recorrió 15 millas, hasta darse cuenta...
Las Raices
Nacido en 1723, en Escocia, el pequeño pueblo de Kirkcaldy tenía solo 1500 habitantes y todavía tenía vecinos que usaban clavos como moneda. Alumno de gran capacidad, pero ya cayendo en estados de sopor mental, tenía vocación de docente. Viajó a Oxford a los 16 años con una beca, y se quedó 6 años. Pero Oxford no era lo que después fue, pasó su estancia casi sin maestros y sin lecciones, entregado a las lecturas que él seleccionaba. Prohibido David Hume, cuyas obras eran perseguidas para los aspirantes a filosofía, casi lo expulsan por encontrarlo leyendo uno de esos textos. En 1751, Adam Smith, con 28 años ya, es tentado para una cátedra de Lógica en la Universidad de Glasgow, después, de Filosofía Moral. Este era un centro de estudios serio, pleno de hombres de talento. A pesar de sus rarezas, que también lo colocaban al borde de expulsiones, Smith fue feliz en Glasgow y era centro de ponderaciones. Para 1759 publicó el libro "The Theory of Moral Sentiments" que lo lanzó como un proyectil al primer lugar entre los filósofos de Inglaterra. Un estudio del origen y aprobación de la censura moral. Esta obra que fue un suceso en Alemania, cambió el curso de su vida. Porque gustó mucho a un personaje, considerado también sumamente talentoso, Charles Townshend, quien mataba su veleidad (era tanta, que solía decirse que a Townshend le dolía un costado: pero que se negaba a decir cuál era...). Habiendo hecho brillante elección al casarse con una condesa, viuda, decidió ofrecer a Adam Smith ser el preceptor de un hijo de su esposa: con 300 libras anuales de sueldo, gastos pagos y pensión vitalicia.
La educación de la clase alta consistía en largas giras por Europa para adquirir refinamientos, y Adam Smith partió con el muchacho hacia Francia, en 1764. Allí es donde Smith conoce y reverencia a Voltaire, pero además se aburría muchísimo con los viajes permanentes. Y para matar el ocio, decide comenzar a escribir un libro que sería un tratado sobre economía política: era nada menos que la semilla de "La Riqueza de las Naciones", que recién doce años más tarde vería la luz. Tomó contacto con los mejores filósofos de Francia y con la obra de Quesnay, médico de la corte de Luis XV y personal de Madame Pompadur, que había lanzado una escuela económica denominada de los "fisiócratas", donde las clases industriales ascendían a la superioridad sobre las productoras campesinas. Esto, Adam Smith no lo vio simpático, aceptando la idea de la circulación de la riqueza, no compartió lo de las clases sociales. De todos modos, impresionado, se dice que de no haber muerto Quesnay antes del libro, Smith le hubiera dedicado su obra.
Partida Natural
Los últimos años fueron simples, junto a su madre, con vida de solterón, distraído, sereno, satisfecho, y dos años después de publicar "La Riqueza..." fue nombrado Comisario de Aduanas, el mismo puesto que había desempeñado su padre y al que Smith accede en el ocaso de su vida. Mientras dejaba deslizar que una colonia, en el norte de América, "es muy probable que llegue a ser una de las mayores y formidables naciones del mundo"...
El mercado y el consumidor como ejes.
“La Riqueza de las Naciones” no es un libro sencillo, su índice nomás tiene 73 páginas en letra chica, como introducción a las 900 que lo componen, pero más que teoría, se plantea la realidad de Inglaterra de 1770.
Se puede hacer denso, para lo febril de la vida actual, ya que el autor da rodeos para encarar los temas, hay páginas que se vuelven largas, pero plenas de apostillas y observaciones. No es un libro "de texto", no escribió para alumnos, sino para retratar su época. Con doctrina esencial para quienes deben regir un imperio.
La esencia que más se popularizó fue la imagen de la "mano invisible", aquella que Smith bautizo y que "conduce a los intereses privados y a las pasiones de los hombres, hacia lo que es más conveniente a los intereses de toda la sociedad". La formulación de las leyes del mercado, las que se encargan de modo eficiente (nunca dijo que fuera justo) de enlazar todas las heterogéneas actividades sociales y el propio interés, en bien del grupo. Y cuando habla del "autorregulador", halla la palabra clave: "el mercado es su propio guardián".
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