16 junio 2008

Grandes Caídas Económicas

Las grandes caídas económicas en la historia de la humanidad generalmente son producidas por gobiernos ineptos, excesiva confianza o ansia de dinero fácil.

"Puedo calcular los movimientos de los cuerpos celestes, pero no la locura de la gente”, sentenciaba Isaac Newton en la primavera de 1720, mientras veía a sus compatriotas especular con acciones de la South Sea Company. A pesar de su astucia, acabó perdiendo 20.000 libras de entonces con acciones de esa empresa. Lo que quiere decir es que ni los más inteligentes pueden escabullirse del destino y que la historia de la economía está marcada por una sucesión de ciclos de prosperidad y recesión que se repiten irremediablemente. La decadencia política de los gobiernos y la pasión de los hombres por ganar dinero fácil y rápido especulando, son algunos de los detonantes de las rupturas que propician los cambios. Esos momentos son identificados como crisis.


s.III-s.IV: “La caída del Imperio Romano: la mayor debacle de la Historia moderna”

La euforia conquistadora de Roma se había agotado. Los pueblos bárbaros hostigaban las fronteras del Imperio. Roma ya no podía vivir del botín de las conquistas y entró en crisis, no tenía dinero para hacer carreteras, ni pagar al ejército. Las reservas del metal con el que se acuñaban las monedas menguaron y muchas piezas perdieron su valor. Una moneda de plata llegó a contener sólo el 1% del metal que decía representar. Era la inflación en su manifestación más primitiva. Se instauró una economía de trueque, pues la escasez de moneda empujaba a los gobernantes a pagar en especie, pero los campos romanos no eran tan productivos.

La escasez disparó el precio de los alimentos. Entre el año 255 y el 271, los cereales multiplicaron su valor por veinte, algo increíble para un imperio que siempre había disfrutado de precios muy moderados. La industria se hundió y se despoblaron las ciudades. La espléndida Roma de más de un millón de habitantes se convirtió en un pueblo de 300.000 al final del siglo V.

La debilidad económica estuvo acompañada de luchas políticas que culminaron en el 472, cuando Odoacro, rey de los ostrogodos, eliminó al último emperador, Rómulo Augusto.

1634: “El tulipán: la inocente flor que despertó la primera crisis especulativa de la historia”.

A principios del siglo XVI, Ogier Ghislaine de Busbecq, el embajador holandés en Turquía, introdujo el tulipán en Europa. Tener tulipanes era un símbolo de distinción y prestigio. Pronto su belleza engatusó también a las clases menos pudientes y se desató la pasión por comprar bulbos. Cualquier lugar valía como centro de negociación, desde la prestigiosa Bolsa de Amsterdam hasta las tabernas del pueblo. Pobres y ricos, todos actuaban igual: vendían sus tierras, casas o joyas con tal de conseguir dinero para comprar bulbos. La variedad Semper Augustus era la mas preciada, por un solo ejemplar se llegaron a pagar hasta 6.000 florines, una verdadera fortuna en una Holanda en la que el salario medio estaba entre 200 y 400 florines, y una casa pequeña en la ciudad se podía conseguir por 3000 florines. Los créditos aportaban el resto.

El final llegó en 1637 con el establecimiento de un mercado de futuros, bautizado con un profético nombre: Windhandel (el negocio del viento). Ya no se compraban bulbos, sino la promesa de que se plantarían para recogerlos en la siguiente primavera. Pero un día comenzaron las suspicacias. El 3 de febrero 1637 se desató la venta desaforada y el consiguiente descenso de los precios. Millones de holandeses se arruinaron y el país necesitó décadas para superar la crisis.

Un objeto de deseo, una subida descontrolada de precios, especuladores, mercado de futuros, créditos irracionales. La tulipomanía presentó a la Historia los que serían ingredientes básicos de las futuras crisis financieras.

1720-1772: “Enriquecimiento rápido gracias a las compañías de acciones”

Hacerse rico en poco tiempo y con el mínimo esfuerzo no fue un deseo exclusivo de los holandeses. La especulación con acciones fue una práctica generalizada a lo largo del siglo XVIII en Europa. Cientos de compañías ofrecían participaciones, mientras ciudadanos de todas las clases sociales ganaban dinero con ellas. Especialmente llamativos fueron los casos de la Mississippi Company en París y la South Sea Company en Londres.

John Law, un individuo de dudosa reputación huido de la justicia británica y aficionado al juego, consiguió los favores del rey de Francia para fundar la Mississippi Company. Ésta, respaldada por la Banque Royale, también propiedad de Law, asumió parte de la deuda pública francesa y emitió acciones. Para disparar su precio, se autorizó a la Banque Royale a emitir billetes (supuestamente avalados por su valor en oro) y conceder créditos. Los especuladores de la Mississippi Company fueron los primeros en acuñar el término millonaire (que pasaría a la Historia) para describir el desmesurado aumento de las ganancias de muchos inversores.

Mientras esto ocurría en París, en Londres la historia se repetía. Allí damas, señores, criados, y hasta el mismísimo rey Jorge I, vendían sus posesiones a cambio de acciones de la South Sea Company, propiedad de John Blunt. El gran atractivo que ofrecía esta empresa era tener la exclusividad para comerciar con la América hispana.

El final también fue similar al caso de los tulipanes, muchos inversores sabían que las espectaculares subidas de precio de las acciones no podían durar demasiado tiempo, pero confiaban en vender antes de la caída. Los más avezados exigieron el cambio de sus billetes y acciones por su equivalencia en oro. Ni Law ni Blunt tenían suficientes reservas para afrontar esa demanda y las acciones se desplomaron. En París, más de 15 personas perdieron la vida ante las puertas de la Banque Royale. Ni los más inteligentes se salvaron de la catástrofe.

1787-9: “La Revolución Francesa se fraguó como consecuencia de una crisis económica”

Los franceses se habían enterado que hacerse rico rápidamente no era tan fácil como les había hecho creer Law. Mucho peor, ni siquiera era posible prosperar decentemente en la Francia de finales del siglo XVIII. Una estricta legislación y la férrea disciplina de los gremios coartaban el libre desarrollo industrial. Los sistemas de pesos y medidas en cada región eran diferentes. Existían peajes lo bastante altos como para disuadir al más emprendedor de los comerciantes.

Para colmo, las ansias de recaudación del monarca estaban “invitando” a muchos campesinos a dejar de cultivar sus tierras, agobiados por los impuestos. El cielo tampoco estaba del lado francés en aquella época. Las condiciones climatológicas de 1787 y 1788 fueron realmente malas y las cosechas lo acusaron. La escasez de grano provocó un escandaloso aumento de los precios, hasta tal punto que un salario medio apenas alcanzaba para comprar el pan de cada día. Era el comienzo de la crisis que pondría fin al Antiguo Régimen. Las industrias cerraban por falta de clientes. Miles de trabajadores se quedaron en la calle, sin más alternativa que la mendicidad y el descontento. Los teóricos de la Revolución lo vieron claro, el caldo de cultivo para el levantamiento popular estaba servido.

1836-1857: “La burbuja financiera del ferrocarril”

El trayecto de Liverpool-Manchester, de 56 kilómetros se podía realizar ahora en apenas una hora y media, una hazaña inimaginable en 1830, ya que una diligencia tardaba tres horas. Esto se tornó realidad gracias al ferrocarril. Desde Estados Unidos a Rusia, desde Londres a Madrid, el mundo se postraba ante los encantos de la “máquina de vapor”. Todos querían que el tren llegara a su ciudad y participaban en las cientos de empresas que lo hacían posible. Ya en 1836 se hablaba de la railwaymania, término inglés acuñado para describir la pasión mundial por las acciones de compañías ferroviarias. Pero este episodio fue poco comparado con lo que sucedió años después.

En 1844, la economía mundial y especialmente la inglesa iban viento en popa. Excedentes agrícolas, tasas de interés históricamente bajas y compañías ferroviarias que no paraban de multiplicar sus ingresos. Repartían dividendos del 10%, cuatro veces más que el resto de sectores. Cada semana aparecía una docena de nuevos proyectos y se creó una prensa especializada que los vendía. Parlamentarios, hombres influyentes y ciudadanos corrientes se apresuraban a comprar acciones al mejor precio. Hubo quien llegó a multiplicar su inversión por quinientos. Pero ni todos los proyectos eran tan rentables, ni todas las acciones tan reales. Los rumores sobre contabilidades amañadas y estafadores sin escrúpulos que vendían acciones fantasma surcaron la City londinense. En junio de 1845, un informe del Parlamento reveló la identidad de 20.000 especuladores que habían suscrito acciones ferroviarias por valor de 2.000 libras cada uno. Por supuesto, su única intención era venderlas al día siguiente y recoger beneficios sin pagar una libra.

El Times, el Globe y el resto de grandes periódicos de la época vaticinaban la crisis un día sí y el otro también. Y llegó. El resto no difiere de las anteriores crisis, caída en picado de las acciones, inversores arruinados y familias en la calle.

1929 “El primer crack que hizo temblar al mundo”

La novela El Gran Gatsby, de Scott Fitzgerald, fijó para la Historia imágenes que en otras crisis habían pasado sin pena ni gloria. Hombres ambiciosos levantando imperios empresariales de la nada, una sociedad bañada en la opulencia, mujeres que bebían cócteles y fumaban mientras ordenaban comprar acciones (las de empresas automovilísticas eran las más deseadas) en la Bolsa de Nueva York, con la misma pasión con la que jugaban al bingo. Eran los felices años 20 en Estados Unidos. Comprar y vender en la Bolsa era mucho más lucrativo que cualquier otra actividad económica. Cuando una empresa como Anaconda Cooper, productora de cobre, podía ganar 20 millones de dólares en el mismo mes en que la cotización de ese metal caía un 25%. Pero, claro, ese país de 120 millones de habitantes tenía dos millones de especuladores.

“Lo asombroso de la especulación de 1929 no era la participación masiva, sino el modo en que resultaba central para la cultura”, ha escrito el economista J. K. Galbraith. Así lo demuestra el periodista financiero de la época Edwin Lefèvre cuando transcribía en una crónica esta declaración de una mujer que acababa de perder un millón de dólares: “Mientras duró, lo pasé muy bien. Ignoraba que ganar dinero fuera tan divertido”, decía la afectada.

Pero la diversión se acabó el jueves 24 de octubre. Ese día, 13 millones de títulos salieron a la venta sin que nadie estuviera dispuesto a comprarlos. La Bolsa de Nueva York cayó en picado y con ella las ilusiones de los norteamericanos. En un solo mes, el mercado perdió 30.000 millones de dólares. También fue El Gran Gatsby la novela que reprodujo la desgraciada estampa de hombres de negocios desesperados saltando desde los pisos más altos de los rascacielos neoyorquinos, ilusos inversores que lo habían vendido todo y que en un solo día se vieron condenados a la más absoluta de las miserias.

La depresión de la economía norteamericana se contagió rápidamente a Europa. Los créditos que ayudaban al Viejo Continente a superar la crisis de la Primera Guerra Mundial se suspendieron, la inflación y el desempleo también se adueñaron de los países europeos. Fue la Gran Depresión. “La crisis terminó el 1 de septiembre de 1939, con el estallido de la Segunda Guerra Mundial”.

1973: “Todo el planeta pendiente del petróleo”

Octubre de 1973. Las naciones agrupadas en la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) embargan el suministro a Estados Unidos y otros aliados y disparan el precio del barril de petróleo. Es la represalia árabe por el apoyo norteamericano a Israel en la guerra del Yom Kippur. El embargo apenas duró un año, pero fue suficiente para provocar una profunda recesión en la economía mundial.

El precio del crudo se cuadruplicó en sólo tres meses. De 4 a 16 dólares por barril. La factura petrolífera de los países europeos pasó de una media de un 1,5% de su PIB al 5%. Todas las economías del planeta se contrajeron. La producción industrial se paralizó y surgió un nuevo fantasma económico: la estagflación. Una combinación de alta inflación con estancamiento económico (las bajadas de la producción industrial llegaron al 20%). La principal repercusión de esta crisis fue que millones de ciudadanos perdieron sus empleos. La media de los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) pasó del 5% en 1974 al 10% en 1982. El descubrimiento de nuevos yacimientos petrolíferos en el Mar del Norte, la fabricación de coches de bajo consumo y el desarrollo de nuevas industrias como la comunicación y la informática permitieron superar la crisis. Pero dejó secuelas: desde entonces, las economías desarrolladas viven pendientes de la cotización diaria del oro negro.

1994: “El efecto dragón y la globalización”

¿Es posible que una sola persona sea capaz de hacer que se tambalee la economía de un país? Al menos, el famoso financiero George Soros fue acusado de ello en 1997, cuando el Banco Central de Tailandia tuvo que devaluar su moneda, el baht, ante un ataque especulativo. Obviamente, Soros no estaba solo: tenía a su vera a los grandes fondos internacionales y otros especuladores que se dedicaron a comprar masivamente dólares para mermar la estabilidad del bath.

Tailandia era uno de los países de los llamados Tigres Asiáticos, como Hong Kong, Taiwán, Singapur, Corea del Sur, Malasia e Indonesia. Todos se habían convertido en la niña bonita de los capitales privados del planeta durante los noventa. Tanto, que la inversión internacional pasó de 50.000 millones de dólares en 1990 a 304.000 millones en 1996. Les atraía un espectacular crecimiento económico y una mano de obra extremadamente barata.

El punto débil de los Tigres era su debilidad financiera: un descomunal endeudamiento de las arcas públicas y monedas nacionales ligadas a un cambio fijo con el dólar americano. Fue esta debilidad la que atrajo a los especuladores. Derrumbada Tailandia, le tocó el turno a Malasia el 27 de agosto, y el 23 de octubre a Hong Kong. Ese día, los pequeños inversores asiáticos perdieron más de 40.000 millones de dólares. Inversores de todo el mundo se retiraron de las Bolsas por miedo al contagio. Se trataba del efecto dragón. Como en otros casos, la crisis se extendió por todo el mundo, con una diferencia: en esta ocasión, los mercados financieros mundiales se derrumbaron en un solo día. Eran las consecuencias de la globalización, libertad de capitales e información al minuto.

Pero los disgustos no acabaron en Asia. Unos meses después era Brasil quien devaluaba el real para afrontar su crisis financiera. Muchos analistas consideran que esta situación se debió a que los especuladores habían iniciado un segundo ataque. Esta vez contra las frágiles economías sudamericanas, también muy endeudadas.

2001: “La burbuja de Internet”

Si a finales del siglo XIX los humanos se habían vuelto medio locos por los ferrocarriles, un siglo después la historia se repetía con un nuevo invento. “Es una crisis calcada a la de los ferrocarriles”, asegura el economista Paul Isbell. Efectivamente, las nuevas compañías, bautizadas como puntocom, aparecían por todos lados. Se desarrolló una importante prensa especializada en torno a Internet (como en su momento ocurrió con los ferrocarriles). La pasión se extendió por todo el planeta, libros, películas, artículos, exhibiciones sobre la nueva Red de redes abrumaban a los inversores. Las empresas tradicionales de “ladrillo y cemento” parecían desterradas. Sobre todo, cuando empresas recién creadas como Terra valían en Bolsa mucho más que Telefónica.

En 1999, algunos ya advertían que la euforia no podría durar demasiado. “Internet es una quimera y los inversores están participando en una lotería. La mayoría de esas compañías está destinada al fracaso”, auguraba Alan Greenspan, presidente de la Reserva Federal Americana. Y así fue, en marzo de 2000, el mundo descubre que más de la mitad de las empresas de Internet no son rentables y su valor se derrumba en Bolsa. Compañías tan solventes como la NBC cierran sus páginas en la Red. Más de la mitad de las puntocom desapareció. Pero, como hemos visto a lo largo de la Historia, los errores se repiten.

2007: “La burbuja inmobiliaria”

Como hemos visto a lo largo de la historia ocurrieron muchas burbujas, y la inmobiliaria, que estamos viendo estallar, no va a dejar de ser una de ellas.

La reducción de las tasas mundiales de interés debido a la crisis de las puntocom fue demasiado. Las economías mundiales y sobre todo la norteamericana se sobre endeudaron y el resultado esta a la vista. Con las tasas de interés tan bajas era fácil comprar cada ves casas más grandes que subían constantemente de precio y permitían también sacar créditos de consumo mas baratos, hasta que todo toco fondo cuando se comenzaron a utilizar instrumentos financieros sintéticos que permitieron a las personas sin recursos suficientes poder acceder a viviendas que no iban a poder pagar.

Las hipotecas sub-prime, como se llaman, comenzaron a caerse en junio de 2007, causándole perdidas a todas las principales entidades financieras internacionales. La magnitud de las perdidas es tal, que todavía no se sabe a ciencia cierta hasta donde llegarán, ni como podrá afectar a las economías mundiales. Solo se sabe que los paquetes de ayuda ya rondan, solo en USA, los U$D 700.000 millones...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola para completar este excelente post sobre historia economica de grandes crisis leed este post sobre como se forma una burbuja en bolsa explicada por el propio grouxo marx:

http://investorsconundrum.com/2008/04/29/lecciones-de-bolsa-por-grouxo-marx/

Anónimo dijo...

No hubiera estado mal poner el caso de Enron que fue muy parecido a lo que pasó con los tulipanes en Holanda. Ver: http://www.imdb.com/title/tt1016268/